Los dientes están constituidos por un núcleo de dentina recubierto de esmalte. Blanquear dientes supone blanquear la dentina porque ésta -y no el esmalte- es la responsable del color de los dientes. Debido a su bajo peso molecular, los productos blanqueadores atraviesan sin dificultad el esmalte, aprovechando los intersticios de su estructura prismática. El blanqueamiento dental exige personalizar la técnica adaptándola a cada caso individual, variando no sólo los tiempos de aplicación sino, además, las concentraciones de los geles, catalizadores, etc.
Para obtener el máximo blanqueamiento y que además se mantenga a lo largo de los años, será necesario blanquear la dentina en todo su espesor. Esto se consigue haciendo que los productos blanqueadores atraviesen repetidas veces la dentina, impregnándola hasta sus zonas mas recónditas.
Por esta razón, desde hace unos años, los más acreditados expertos en blanqueamiento dental vienen recomendando hacer tratamientos de varias sesiones en clínica, junto con la ultilización simultánea de los moldes flexibles nocturnos cargados con los geles durante algunas semanas. No obstante, las alteraciones del color más suaves pueden resolverse con un tratamiento menos intensivo.